El
poder obnubila, no hay duda, pero también encanta y seduce. Hay que
estar preparado para evadir sus tentaciones cotidianas y moderar sus
ímpetus escondidos. Y, por eso, por su gelatinosa condición de droga, el
poder engaña, con más frecuencia de lo que el poderoso cree. Cuestión
de adicción.
Por: Victor Meza
EL LIBERTADOR / redaccion@ellibertador.hn
Dicen
los que saben de lógica que los problemas suelen tener solución, pero
que los dilemas no. Si eso es así, la situación del gobernante local
debe ser un tanto estresante y, por momentos, insoportable. Pero, así es
el poder, sobre todo cuando se le asume como una obsesión, una especie
de droga que a la vez que excita, calma los ímpetus y modera la
ansiedad. Cuestión de adicción.
Charles
De Gaulle solía decir que el encanto del poder reside en el misterio.
Ese halo de secretividad desconocida que rodea la vida del poderoso,
envuelve sus actividades cotidianas y encierra en un manto de opacidad
nebulosa todos los ángulos y triángulos de su vida privada. El misterio
aumenta el poder porque lo rodea de secreto.
El
que no sabe se siente impotente ante el que todo lo sabe. El secreto
esconde la información que el ciudadano anhela y necesita. El poderoso
la controla y administra. Ese solo hecho, la escabrosa virtud de conocer
la esencia de los hechos, lo hace creerse superior, elevado,
inalcanzable para el hombre de a pié, el que no sabe, el que lo ignora
todo.
Pero
es una superioridad con frecuencia engañosa. Me ha tocado ver, en más
de una ocasión, dentro y fuera de Honduras, la forma un tanto grotesca,
discretamente ridícula, en que funcionarios poderosos alardean de contar
con datos e informaciones que son falsas o, por lo menos, suavemente
maquilladas por sus colaboradores y asesores de turno.
El
poderoso cree saberlo todo, pero llega un momento, en su ya prolongado
mandato, cuando solo sabe lo que sus asesores áulicos quieren que sepa.
Solo sabe realmente lo que él mismo quiere saber: lo bueno, lo positivo,
lo que le da paz y tranquilidad nocturna, el pensamiento ilusorio, la
burbuja abstracta de la buena conciencia…
El
poder obnubila, no hay duda, pero también fascina. Y encanta y seduce.
Hay que estar preparado para gestionar su manejo, evadir sus tentaciones
cotidianas y moderar sus ímpetus escondidos. Y, por eso, por su
gelatinosa condición de droga, el poder engaña, con más frecuencia de lo
que el poderoso cree.
Prisionero
de una ilusión, el gobernante, finalmente, intuye, atisba y descubre
que no todo es tan de color de rosa como se lo pintan sus consejeros
palaciegos. Se da cuenta que ya
no las tiene todas consigo y que, por fin, está llegando la hora de
preparar la salida, la discreta y negociada retirada que le permita una
fuga sin burla, un abandono en silencio, un repliegue acordado que
respete su fortuna y olvide los delitos, suyos y los de los suyos.
Al
momento de negociar los términos de tal salida, el otrora poderoso y
hoy acobardado ratón en huida, pensará siempre en sus intereses
primarios, en su destino personal. Atrás quedarán las ansias y la
confusión de sus antiguos patrocinadores, de sus colegas de andanzas, de
sus compañeros de partido. Es la inevitable lógica de la fuga, la
dinámica del desconcierto y la traición, el turno del cobarde. Me ha
tocado ver momentos parecidos en mi vida y, debo confesar, son momentos
entre dramáticos y ridículos. Es triste.
El
gobernante actual solo tiene dos objetivos que, en el fondo, son uno:
adquirir la legitimidad posible, aunque sea mínima, para poder terminar
su ilegal periodo. Llegar a enero de 2022, luego de haber sorteado todas
las dificultades, dudas, descreimientos, rechazos y hasta desprecios,
pero llegar a la fecha que marca el final de su fraudulento gobierno y
de su corta y vergonzosa carrera en el espacio viscoso de la maloliente
política criolla.
Así,
señor, terminará su carrera, corta pero provechosa, breve pero muy
dañina. Esto será así, si se cumplen las premisas de la hipótesis
inicial, la de la salida negociada. Y ¿qué tal si esa precondición no se
cumple, y su salida es el fruto de una estampida inesperada en la que
se combinen, en menjurje siniestro, ambiciones criollas con intereses
externos? ¿Qué tal si el entorno regional se vuelve tan inestable y
sorprendente que, en su avalancha, arrastre con usted, sus sueños
faraónicos, su megalomanía monárquica y la de sus últimos tristes,
desconcertados y lamentables bufones criollos?
Ese,
señor, sería un final tan lamentable como grotesco. Sería la solución
al problema, pero siempre quedaría flotando en el ambiente, para la
sociedad hondureña, el desafío del dilema.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/2934-honduras-los-dilemas
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