Hemos
dicho en diferentes momentos que la resistencia hondureña tiene cuatro
momentos históricos muy importantes para el decurso de la explicación
teórica y política del devenir nacional.
Esos
cuatro momentos son la insurrección de Lempira contra los invasores
españoles de la conquista.
La insurrección morazánica contra la
oligarquía colonial. La insurrección de la huelga de 1954. Y la
insurrección del año 2009-2017 en contra del sistema dictatorial que ha
impuesto la oligarquía apátrida junto a sus fuerzas armadas y los
partidos tradicionales.
Son
cuatro momentos cruciales de la historia hondureña que marcaron la
estructura de la sociedad desde las perspectivas propias de una
institucionalidad que se fue gestando con caracteres muy precisos y que
hoy experimentamos con altos niveles de desigualdad, injusticia,
explotación y cercenamiento de la soberanía nacional.
En
todos esos momentos históricos estuvo presente de manera inconmovible y
aparentemente in visibilizada, la soberanía popular, madre de la
construcción social en nuestro decurso histórico.
Ha
sido una lucha cruenta, una lucha de David contra Goliat, en el fondo
nos ha tocado luchar contra tres imperios: el español, el inglés y el
norteamericano. Y cada una de esas luchas ha tenido su caracterización
específica y con el determinismo histórico que corresponde.
Consustancial
a la soberanía, la fenomenología que determina esa lucha es la
insurrección, misma que ha sido el elemento determinante de los pueblos
latinoamericanos.
De
la manera más simple el diccionario de la lengua española dice que
insurrección es una sublevación colectiva contra la autoridad. Y este
fenómeno es el que ha sido característico de los cuatro momentos de la
resistencia nacional ya descritos.
La
insurrección es un movimiento social que se alza contra el poder
dominante, en este caso la dictadura nacionalista comandada por JOH.
El
calificativo deviene del latín “insurgere” que significa levantarse
contra el gobierno de tipo usurpador que es ilegítimo y que es capaz de
derrocar un régimen para recomponer la regencia democrática mediante el
uso de la soberanía popular, como categoría política necesaria a fin de
establecer un nuevo orden de cosas.
El
país sufre un insurrección, una desobediencia civil, un alzamiento
popular en contra de la dictadura del presidente nacionalista narco
político llamado Juan Orlando Hernández, en contubernio con fuerzas
completamente desquiciadas y borrachas de un pode absoluto.
Esta
insurrección lucha por defender la victoria de su candidato
presidencial Salvador Nasralla que ganó las elecciones presidenciales en
buena lid, pero, la inmoralidad, el fraude y la indecencia del
gobernante dictatorial ha arrebatado esa decisión popular ganada
ampliamente en las urnas electorales un 26 de noviembre del año en
curso.
La
maquinaria fraudulenta, ilegítima, ilegal y despótica ha hecho todo lo
posible para que no llegue al poder la fuerza beligerante del pueblo a
través de una alianza de partidos políticos de tendencia social
demócrata.
La
insurrección está allí en las calles, carreteras, esquinas, barrios,
colonias, aldeas y pueblos en general exigiendo dos cuestiones
fundamentales: la entrega de la presidencia a Salvador Nasralla y el
derrocamiento de Juan Orlando Hernández, aunque una cosa supone la otra.
Exige
justicia electoral, justicia social, justicia política, justicia en
todos los planos de la vida diaria, la económica, la religiosa y la
justicia moral, que es la verdadera justicia de la sociedad.
David y Goliat se enfrentan. El asunto primordial es que de una parte está el pueblo y del otro el poder de la dictadura.
La historia nos dice que David venció a Goliat, lo cual significa que la insurrección vencerá a la dictadura.
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