Este noviembre hondureño tiene una especial relevancia. No solo porque celebramos el día de difuntos o porque hagamos memoria del martirio de los jesuitas de la UCA de San Salvador o porque se clausura un año lectivo con sus nostalgias, sus clausuras y despedidas. Por eso, pero no solo por eso.
Este noviembre es la clausura de la coyuntura electoral, que culminará con las elecciones generales el último domingo del mes. Estas semanas de noviembre antes de las elecciones serán especialmente agitadas, confusas, confrontadas, engañosas, cargadas de una tensa calma y de una feroz presión publicitaria. Abrirse paso entre el tupido guamil de mentiras será toda una odisea.
Las elecciones son un ejercicio muy propio de la democracia. En ellas se expresa el valor de la participación ciudadana, y las personas tienen la oportunidad de ejercer su intransferible derecho al sufragio. Miles de personas de todo el territorio nacional se movilizan buscando el voto de la gente para acceder a un cargo de elección popular, sea en las municipalidades o en las diputaciones departamentales.
Sin embargo, estas elecciones tienen el ingrediente peculiar de la candidatura a la presidencia del actual presidente de la República, quien aspira a una segunda elección consecutiva. Este factor no solo representa un evidente ventajismo en relación con los restantes candidatos, sino que esta reelección ocurre sin que haya mediado un plebiscito a través del cual se haya expresado el pueblo, como único soberano con capacidad legal para cambiar las reglas del juego constitucionales.
Estas elecciones están cruzadas por esa carga de violación a la Constitución, lo que convierte en ilegal la candidatura del actual presidente de la República al tiempo que enturbia todo el proceso electoral y sus resultados. Por mucho que se argumente y se defienda la candidatura del actual presidente, nadie podrá eliminar del ambiente el carácter ilegal, ilegítimo y fraudulento que reviste la candidatura de Juan Orlando Hernández. De salir ganador, no tendrá ningún otro camino que sostenerse en el poder con una dosis muy alta de fuerza, amenazas, represión y autoritarismo.
Noviembre es entonces un mes sumamente importante, ya no solo para saber votar y elegir a quienes nos representarán en la administración pública, sino para que alcancemos capacidad para ser críticos con las candidaturas, y particularmente para no dejarnos atrapar por la enorme campaña mediática que en estas semanas tendrá como propósito convencernos de que estas elecciones son regulares, limpias y normales mientras ocultan o blanquean la ilegal reelección.
Muy mal haríamos al presente y futuro de la nación si en estas elecciones dejamos de lado nuestra actitud crítica y de repudio a la ilegalidad continuista, puesto que se trata del factor decisivo que empaña el actual proceso electoral y el responsable de la creciente inestabilidad política y social del próximo futuro. Toda la nación habría salido gananciosa si Juan Orlando Hernández hubiese renunciado a sus ambiciones personales y de grupo. Noviembre carga con el presagio de un mal parto político electoral.
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