El escenario estaba listo, corría el 15 de septiembre de 1821 en la capitanía General de Guatemala. Los reunidos en ese lugar tenían todo preparado. Los gritos en las afueras, los cuchicheos adentro del Palacio Nacional de Guatemala. Comienza el texto diciendo: “Que siendo la independencia del gobierno Español, la voluntad general del pueblo de Guatemala y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el Señor jefe Político la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. No hay duda, la estrategia era adelantarse a cualquier proceso de cambio real y profundo a través de una revolución surgida desde el pueblo.
La historia de independencia de nuestra región centroamericana nos muestra a dos bandos claramente enfrentados: los representantes de la corona española, y los criollos desplazados por el poder colonial.
Y al margen de esas negociaciones de poder, el pueblo, en este caso de la ciudad de Guatemala. El calendario cívico hondureño conmemora cada 28 de septiembre la llegada de los pliegos de independencia, la cual tiene 18 numerales. En cada uno va mandando instrucciones precisas a las fuerzas de control social de la época; los actos de solemnidad, los nombres de los funcionarios que no se cambiarían y la convocatoria de un congreso para ratificar o improbar lo discutido, el cual no se llevó a cabo en las fechas y términos estipulados. Según documentos históricos hubo una anexión al imperio Mexicano de Agustín Iturbide el 5 de enero de 1822 que imposibilitó la celebración de dicha reunión para ratificar la independencia.
Al parecer lo sucedido con la firma del acta de independencia fue un arreglo de cúpulas, no cambiaron los que gobernaban, era una la lucha de poder entre las clases político sociales más altas: criollos y peninsulares; mientras el pueblo estaba afuera, en las calles, sin escuchar, sin participar ni mucho menos decidir. Se deja claro el poder y la influencia de la iglesia y las fuerzas del orden, y se manda a cuidar y proteger todos sus bienes. Se garantizan el control de la población a través de lo divino y lo militar. Ambas instancias de control social son importantísimas para mantener en el poder a las clases sociales emborrachadas de poder. Un panorama muy parecido tenemos en la actualidad con los militares y las cúpulas de las iglesias muy plegadas a los intereses de las clases corruptas que nos gobiernan.
Pero hubo una segunda acta de independencia que contiene dos considerandos. Y en su segundo considerando dice: “…declaramos solemnemente: Que… las Provincias, representadas en esta Asamblea, son libres e independientes de la antigua España, de Méjico y de cualquiera otra potencia… y que no son ni deben ser el patrimonio de persona ni familia alguna”. Esa segunda acta es de fecha 1 de julio de 1823. Entonces la historia nos cuenta que la independencia formal e histórica de la corona española y del imperio mexicano y de cualquier otra potencia fue esa fecha. Entonces, ¿qué celebramos cada 15 o cada 28 de septiembre?
En vísperas de la conmemoración del bicentenario, no dejemos que esas clases políticas corruptas con sus mismos actos, sigan haciéndonos creer que somos independientes, libres y soberanos. Basta de tantas farsas, basta a los actos de los criminales de la historia que solo piensan en sus propios beneficios, olvidándose del bien común, solidario y colectivo de nuestros pueblos. Comencemos a escribir otra historia posible, donde podamos construir verdaderos procesos de soberanía en este siglo veintiuno.
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