La Constituyente Va y es el escudo protector contra el fascismo
Por Carlos Aznárez, director del Resumen Latinoamericano
Resumen Latinoamericano, 11 julio 2017.- El autor intelectual de
múltiples crímenes contra ciudadanos y ciudadanas venezolanas ha vuelto a
su domicilio. Goza de un beneficio que en varios países del continente
se le concede solamente a quienes han pasado los 70 años de edad o
padecen de una enfermedad grave. Sin embargo Leopoldo López no entra en
ninguna de esas dos variantes: ronda los 46 años y apenas llegado a su
domicilio trepó ágilmente a una escalera, gesticuló ante sus escuálidos
seguidores y prometió seguir luchando “por la libertad de Venezuela”. A
esa altura, parecía no recordar su promesa de que “voy a salir de la
cárcel cuando ya no haya ningún otro preso político”.
El hecho, sin duda, ha conmocionado a unos y a
otros. A sus adeptos porque creen recuperar un gurú. Nostálgicos,
recuerdan sus gestos histéricos, discursos altisonantes y ataques
brutales contra el gobierno legítimo. También, su comportamiento de
pandillero prepotente en las movilizaciones que luego derivaban en
escenas de gran violencia, con bombas, guayas degolladoras,
linchamientos y la práctica de rociar con gasolina y quemar vivos a
quienes sospechaban de chavistas. A todos ellos y ellas López los
alentaba desde la prisión de Ramo Verde a seguir destrozando todo lo que
encontraran a su alcance en cada una de las grandes ciudades que les
tocaba “intervenir”.
Es lógico que frente a tanta muerte y dolor
repartido en nombre de cumplir con el mandato de Washington para
apoderarse de Venezuela, la “casa por cárcel” de López resulta
bastante indigerible, precisamente porque por primera vez en mucho
tiempo, aparte de los ejecutores materiales de los actos terroristas
también se había enviado a prisión a algunos de sus confesos mentores
intelectuales.
A pesar de todo, es entendible lo que se mueve detrás de esta libertad a medias. El intento
de descomprimir el espiral de locura fascista que alientan los que
están tratando de convertir a Caracas en Aleppo y a Maracay en los
barrios periféricos de Damasco, por citar solo algunos ejemplos. Se
comprende también que después de las presiones recibidas por
los “gestores de paz” llegados de distintos países, el Tribunal Superior
de Justicia encarara la tarea de aliviar la prisión del genocida López
para tratar de dejar sin discurso a sus cachorros neonazis. Parecía
necesario encarar la posibilidad de arrebatarle excusas a los que
internacionalmente alentaban la revuelta y ponían como pantalla la
existencia de algunos políticos presos, no precisamente por hacer
política.
Por otro lado, resulta indiscutible que tanto el
presidente Nicolás Maduro, como las organizaciones de víctimas de las
atrocidades cometidas por la oposición violenta, hayan apelado a toda su paciencia y deseos legítimos de paz al acatar la determinación judicial.
Lo mismo ocurre con los
miembros de la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas Bolivarianas,
alcanzados por las balas provocadoras de los francotiradores. Algo
similar ocurre con el sentimiento encontrado de los sectores populares
que viven poniendo el cuerpo para sostener las conquistas
revolucionarias, pero no dudaron en cerrar filas junto a su Gobierno.
Otra cosa muy distinta es creer que todos ellos puedan ser demasiado
optimistas ante el paso dado, a sabiendas que tienen que lidiar con
enemigos de la talla de quienes acosan a la Revolución Bolivariana.
El regreso de López al ruedo y algunas declaraciones
de su esposa, visualizadas desde las atalayas más extremistas de la
oposición como una “abierta traición” generaron cruces de reconvenciones
y finalmente una serie de divididos llamamientos a seguir con la
violencia. La derecha necesita reconfigurarse ya que López entre rejas
era una bandera y ahora se convierte en un escollo para algunos
sectores. Hay disputa de liderazgos y nuevamente aparece el perfil
golpista y agresivo de Henrique Capriles, al que algunos intentaron
mostrar como el “lado moderado” del fascismo. El
resultado han sido más guarimbas, “trancazos” prolongados, con menos
gente, es cierto, pero igual de terroríficos.
Allí están de muestra el
asesinato de un candidato a Constituyente en Aragua y la bomba colocada
con mando a distancia para hacer todo el mal posible al paso de los
motorizados de la GNB, siete de cuyos integrantes fueron alcanzados por
el explosivo. No faltaron tampoco las recomendaciones injerencistas del
presidente español Mariano Rajoy o las del vecino mandatario colombiano,
pidiendo más y más a “la dictadura”. El Nobel Santos llegó a la
grosería de exigir que Maduro desconvoque la Constituyente.
Frente a este panorama, los mejores hijos e hijas
del bravo pueblo no se arredran y se aprestan a demostrarle al mundo que
la Constituyente va, a pesar de los pesares. Que allí debe estar
puesta la mira para fortalecer una Revolución, que después de la Cubana,
ha sido una de las que más beneficios ha otorgados a los sectores
populares.
La Constituyente es el escudo protector pero también
el arma ofensiva frente a tanto irrespeto por la vida y semejante
complicidad de la burguesía venezolana con el imperialismo. En función
de ello, por Bolívar y Hugo Chávez, por Guacaipuro y Manuelita Sáenz,
pero también por toda Nuestra América acosada por el neoliberalismo,
que el 30 de julio, nadie
se quede sin ir a votar. Hacerlo así derivará en una gran victoria
colectiva frente a los López, los Capriles, los Almagro y los Trump.
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