jueves, 20 de julio de 2017

Honduras: ¿Creemos en nosotros mismos?

Miércoles, 19 Julio 2017
Cuando la gente cree en sus propias fuerzas y capacidades, por muy pobre que sea, siempre se abren oportunidades para sacar adelante el futuro. Por el contrario, cuando la gente se ha dejado vencer por el conformismo y la apatía, cuando se ha quedado con la mano extendida esperando que le den migajas o limosnas, y cuando se espera que todo lo resuelvan otras personas y sectores, entonces las oportunidades para la gente están cerradas y el futuro solo puede ser de eterna sobrevivencia y deterioro.

                 ¿Cuáles son las actitudes y los sentimientos que más dominan en nosotros y en nuestras comunidades? Hay sectores, como en los lugares en donde imperó el capital de las empresas bananeras extranjeras, que han quedado sumergidos en el pasado, en esa nostalgia que aconseja que todo tiempo con las bananeras en el pasado fue mejor. Y así, afincadas en esa nostalgia, las personas y comunidades nunca se yerguen para hacer frente a las calamidades del presente. Sin darse cuenta se han dejado vencer por los problemas mientras esperan que vuelva a sonar, aunque sea como fantasma de ultratumba, el pitido de aquella máquina del tren que solo es una referencia de un pasado que nunca volverá.

En estos lugares, petrificados en la nostalgia del pasado infecundo, los únicos que tienen cabida son los políticos que llegan con regalías a cambio de un indigno voto, o algún pastor cargado de un cielo que se promete a quienes se encierren en sus miedos huyendo de sus culpas y pecados. Si alguien lleva algo para regalar, le extienden la mano y lo reciben, pero si alguien llega sin nada en la mano y con propuestas de organización, las puertas se cierran y las manos no se extienden a veces ni siquiera para un saludo pasajero.

El daño más profundo que hicieron las compañías bananeras no fue solo haberse llevado tantas riquezas del país y el haber dejado solo ruinas lo que fueron los florecientes campos bananeros. El daño más profundo fue haber dejado un pueblo sin su sabia, anémico ante la lucha, y con una mentalidad puesta en que otros, los de afuera, vengan a resolver sus problemas. Ese daño significa que las bananeras se robaron el espíritu de un pueblo que dejó de ser luchador, y al arrebatar esa dignidad, la gente quedó sin fuerza dentro de su corazón para emprender con brillo un nuevo andar.

El daño que las compañías bananeras dejaron en la sociedad no solo fue material, sino un daño profundamente espiritual, porque no solo se llevaron riquezas materiales, sino que arrancaron el espíritu de la población trabajadora. Ese espíritu es el que hoy hemos de saber inyectar en las nuevas generaciones de la costa norte y de todo el país para que nos convenzamos que no solo basta con lograr conquistas materiales, sino alcanzar la dignidad de un pueblo que cree en sí mismo. Esa dignidad es la fuerza espiritual que convertida en lucha como comunidad organizada en movimiento puede hacer de las pobrezas y calamidades más hondas un instrumento espiritual para la transformación de la sociedad.




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¿Creemos en nosotros mismos 


            

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