18 septiembre, 2016 |
Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
El
miedo a la constituyente es otra forma de miedo al pueblo. Uno de los
móviles singulares del singular golpe del 28 06 09 y uno de los
principales temores hoy del golpismo es la propuesta de constituyente,
de un cambio de la ley fundamental, que la Cuarta Urna proponía
consultar y que LIBRE promete, para resolver las contradicciones legales
en que se atora el estado, lo que hoy llamamos refundación.
La
oposición viene desde distintas esquinas del espectro ideológico.
Sorprenden menos las resistencias conservadoras al planteamiento porque
el conservadurismo se fundamenta en el concepto de que hay que
preservar el orden vigente, antiguamente porque expresaba una voluntad
sobrenatural y en tiempos modernos, para defender la estabilidad, que se
presume mejor para todos, y prevenir las revoluciones a las que se
concibe como consustancialmente desorden. Los conservadores argumentaban
que, para ser aceptable, el proyecto de constituyente tendría que
especificar de antemano ¡exactamente que parte del documento se
propondría cambiar el soberano! Eso repetía una y otra vez un célebre
intelectual del PN.
Particularmente
incongruentes parecen las resistencias de quienes se llaman a sí mismos
liberales, uno de los cuales recién declara que “votar por una
constituyente originaria es darle un cheque en blanco a aventureros
irresponsables”, sin ser el claro ejemplo de responsabilidad por cierto,
ni explicar cómo llega a esa descalificación contra los constituyentes
aún no electos.
Al menos el liberalismo originario entendía a la
sociedad como un organismo cambiante, planteaba la necesidad de un pacto
social y un proceso necesariamente continuo de búsqueda de un orden
racional para constituir la sociedad.
Queda
claro que, como en el golpe, no hay hoy discrepancia entre el PN y el
PL. El bipartidismo se expresa al unísono sobre el imperativo de
mantener las cosas como están, aterrado por el prospecto de cambio.
Especialmente feroces se mostraron contra este prospecto “los
constituyentes del 82”, Carlos Flores F, Juan R. Pineda es decir quienes
participaron en aquella asamblea y que, en efecto, trataron de ponerle
un candado sin llave al documento, gran parte del cual es pétreo, una
constitución que quiere ser eterna.
Y
un grupo que claramente se ha beneficiado de ella, según vemos su poder
y recursos. Sin embargo la mayoría de los hondureños hoy NO
consideramos que quienes redactaron la “intocable” constitución de 1982,
políticos de los partidos tradicionales en franca retirada nos
representaran del todo.
Me
atengo a lo que declaran los especialistas. El historiador más
calificado del derecho constitucional, el Abogado Moncada Silva, por un
lado recuerda que Honduras lleva ocho constituciones y ninguna ha sido
fruto de un genuino pacto social, es decir de una negociación concertada
entre los distintos componentes de la sociedad, sino un entendimiento
de una elite.
En
una democracia, los hombres, y las mujeres por supuesto, solo estamos
obligados a obedecer las leyes a las que les hemos dado nuestro
consentimiento.
Es porque se
supone que la ley democrática tiene que reflejar un pacto y porque las
sociedades evolucionan que las constituciones que puntillosamente
regulan su funcionamiento tienen que adaptarse también. Por lo demás, no
puede ser eterno un documento legal, no ha habido hasta ahora nada que
lo fuera, los imperios, ni las religiones ni las naciones ni sus
ideologías. Todo cambia continua y cada vez mas aceleradamente cuando
las sociedades se urbanizan y e industrializan.
La
constituyente es inevitable porque la gente la quiere y tiene derecho a
exigirla. Ese deseo se fundamenta en la constatación de que el supuesto
orden legal vigente es disfuncional. Y en tercer lugar hay un consenso
de que ese orden jurídico se rompió con el golpe y nada lo pudo restañar
ni podrá hacerlo la rara idea de que aquí no paso nada.
La
constituyente NO será fácil. Cada uno de los sectores representados en
esa asamblea asistirá a defender su interés particular. Y habrá que
llegar a un equilibrio que necesariamente compense las exigencias de los
unos y los otros.
Para conseguir la sanción del pueblo, ese producto
después tendrá que ir a un referéndum, y satisfacer el mínimo de las
demandas de la mayoría, en función de un concepto que todos suscribimos,
de la justicia. Todos queremos vivir en una sociedad justa y no se
puede convivir con un orden legal que nadie respeta.
Tengo
un consuelo para los conservadores que quizás sirva también de aviso a
los más intrépidos ingenieros sociales. Las sociedades no se pueden
reinventar. Lo que se va a refundar es un orden jurídico. Pero este no
puede hacer tabla rasa de las realidades material e ideológica de la
sociedad, puede regular pero no cambiarlo todo, sin alto costo.
Mucha
gente tiene ideas muy diferentes de la sociedad ideal y al final del
día todos tienen derecho a expresar esas opiniones y a que se respeten
los derechos que llamamos naturales y universales desde hace siglos. A
la vida y la integridad, a la dignidad y la libertad, a la propiedad
también como a la privacidad. Nadie va a traicionar a la revolución pero
la Revolución no puede traicionar a nuestra cultura, nuestras
convicciones más intimas, no puede hacer caso omiso de las realidades
del mercado, de la geoestratégica mundial, incluyendo el poderío, por
mucho que les disguste, de los EUA. Todo eso va a estar ahí al día
siguiente y si una virtud particular tiene el pueblo de Honduras es que
es sumamente realista y reacio a las dogmáticas.
El
pueblo que nadie debe temer, también es práctico y no va a tolerar que
se juegue con las condiciones mínimas de su bienestar. Porque Juan
Orlando tiene razón cuando dice que la ley injusta no es válida. Y la
ley primaria de 1982 no es justa; si lo fuera, después de 30 años de
vigencia, habría generado una sociedad justa. ¿Quién teme a la justicia?
http://criterio.hn/quien-le-teme-la-constituyente/
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