Criterio,hn/ 16 julio, 2016 |
Por: Ricardo Arturo Salgado
A pocas horas del “golpe de Estado” en Turquía, surgen mil
interrogantes sobre el papel que juega la manipulación mediática en la
mente de los pueblos del mundo. Hipnotizados por la velocidad de los
acontecimientos de ayer, presenciamos los eventos en Ankara y Estambul
como si siguiéramos un partido de fútbol o un concierto de rock. Sin
embargo, al bajar las emociones, nos ponemos a pensar que quien dirigió
ese cuartelazo no tenía por objeto derrocar a Erdogan. Si percibimos que
de la maniobra se fortalecen la OTAN, su agresividad contra Rusia y la
descarada intervención turca en Siria. Si nos fijamos con cuidado, nunca
quedó claro qué era lo que querían los presuntos golpistas.
Ese despliegue espectacular de capacidad inmovilizadora (o viceversa)
de ayer, es sufrida por la mayoría de los pueblos del mundo, y en
algunos, donde factores históricos juegan contra la conciencia de las
sociedades, es capaz literalmente de poner a la opinión pública a
debatir sobre una realidad paralela, crear identidades ficticias y
adorar dioses muy extraños. Los países centroamericanos son buenos
ejemplos de ello, donde la agresión renovada de la derecha continental
se está librando en la esfera de las emociones colectivas, aunque la
violencia sigue siendo característica permanente.
A
lo largo de la historia hemos visto que el alimento natural del
desarrollo capitalista es la violencia, en todas sus formas. El dinero
que mueve el tráfico de armas, supera ampliamente a todas las demás
actividades del crimen organizado (trata de personas, narcotráfico,
etcétera). Además, el dinero que aporta la violencia a la economía
mundial es superior al de varios países industrializados y, seguramente,
mucho más elevado que el modesto aporte que a la misma dan las
economías centroamericanas.
En
términos concretos, la paz es un lujo para nuestros países, que además
sufren “inyecciones”, letales en formas muy diversas que van desde la
deportación de criminales desde Estados Unidos, pasando por el culto a
la violencia que importamos de la cultura norteamericana vía cine,
música y, sobre todo, de los medios de comunicación.
En
esta etapa histórica, en la que la violencia impera como factor clave
de la expansión neoliberal (de los países centroamericanos, Nicaragua es
el único que mantiene índices de violencia bastante controlados), los
medios de comunicación han jugado un papel decisivo en la imposición de
la violencia como cultura. Cuando se valora la información producida,
más del 75% está directamente asociada a actividad criminal de todo
tipo. Con este auge, se encontró en la transmisión de información un
elemento clave para aislar y consolidar al “Homo Consumismus” cuyas
emociones, además de confusas, están dominadas por el miedo, la
desconfianza, la inseguridad y la ansiedad.
De
un modo abrumador el individuo común ya no reacciona a sus propias
voluntades, sino que recibe instrucciones de los medios de lo que debe
hacer, qué debe creer, qué color le gusta, y, sobre todo, le indica la
diferencia entre el bien y el mal. Se ha mistificado el asunto de la
realidad, que ha dejado de ser el estímulo directo de los sentidos;
ahora sufrimos de necesidades que nunca antes tuvimos, no nos damos
cuenta de el acelerado deterioro de nuestra calidad de vida, de la
privación de nuestros derechos, y repetimos constantemente, con
asombrosa coordinación, el lenguaje y las ideas de nuestros enemigos.
Los
medios nos han creado una mezcla extraña que nos lleva a rechazar
nuestros propios intereses y aplaudir cualquier circo que nos ponga
enfrente aquel que históricamente apostó por destruirnos. Hablando con
varios amigos especializados en comunicación, todos coinciden que hoy,
en política, por ejemplo, es imposible ganar un proceso sin los medios
de comunicación. Básicamente, nos declaramos vencidos de antemano,
porque no encontramos salida al desafío enorme de transmitir nuestras
ideas.
En
el lapso de cuatro décadas, los medios de comunicación convirtieron las
luchas revolucionarias de nuestras sociedades en batallas individuales
por sobrevivir. En ese proceso nos insensibilizaron contra cosas que
antes veíamos con repudio, por ejemplo, las muertes violentas que antes
causaban estupor, hoy son parte de la vida cotidiana, ya no preguntamos
de quién se trata, si acaso, nos preguntaremos cuántos muertos fueron.
Exactamente en sentido opuesto, manipulan nuestras prioridades, y nos
fabrican héroes, como el tema de la corrupción en que terminamos
ovacionando las acciones de corruptos y corruptores, aferrados a lo que
creemos son nuestros principios.
Esta
construcción de terror, violencia y aceptación sumisa de lo inevitable,
hoy nos pone en un escenario complicado, especialmente en los países
del llamado “triángulo norte”, donde el neoliberalismo ha alcanzado
proporciones de tragedia (ningún terremoto o huracán podría causar este
tipo de desolación). Y el papel de los medios continúa creando nuevas
moralidades y deformaciones éticas. En el lapso de un año, en Guatemala
pasaron de la euforia causada por la salida (en realidad movida del
imperio) de Otto Pérez Molina a repudiar profundamente a un presidente
que resultó electo con más del 70% de los votos (en segunda ronda), sin
darse cuenta, para los guatemaltecos no solo no cambió nada, sino que
creció la frustración.
Y
Guatemala sigue manteniendo elevadísimos niveles de pobreza, racismo,
violencia, pero cada vez es más evidente que el sentimiento de
frustración popular es controlado a través de la idea de que “los
corruptos están pagando”. Cada vez que capturan a un corrupto, los
medios se encargan de construir el gran espectáculo. La cruzada anti
corrupción reemplaza la lucha revolucionaria necesaria para cambiar el
futuro de la población mayoritaria en este país que ha sufrido tanto.
En
El Salvador, la guerra asimétrica a través de medios tiene más
resistencia gracias a la construcción de redes alternativas de
comunicación del FMLN que tratan de entregar la verdad a la población.
Sin embargo, sigue siendo patente la complicidad de los medios
oligárquicos que ven pasivamente el flujo de criminales deportados
intencionalmente por Estados Unidos, que agravan los problemas del
gobierno progresista de Salvador Sánchez Cerén, mientras le hacen el eco
al criminal bloqueo económico que sufre el ejecutivo desde el poder
judicial. En pocas palabras, en El Salvador existe un Golpe de Estado en
desarrollo y la población no lo puede percibir.
En
Honduras, el poder de los medios es terrible, y el uso que hacen de él
es criminal. Viviendo en medio de la peor crisis que se haya conocido,
el país discute cualquier cosa menos esa crisis. Este es un país en el
que impera la impunidad, nada es legal, nada es legítimo, pero la gente
impotente sigue argumentando sobre la legalidad de las cosas, como si al
régimen eso lo preocupara.
La
indignación causada por la inconmensurable corrupción ha dado lugar a
una sensación de impotencia que es sedada con más escándalos de
corrupción y una interminable discusión política que a veces parece
invocar un Golpe Militar como la salida a todos los problemas. El
problema en la educación ha alcanzado niveles incontrolables, y el
movimiento estudiantil ha alcanzado proporciones que no pueden ser
destruidas desde un micrófono. Sin lugar a dudas, la lucha estudiantil
universitaria actual está alcanzando los niveles de la resistencia
contra el golpe de estado de 2009, pero no es el tema más relevante en
la discusión pública.
Además, los argumentos en los medios hacen que la
frustración de la gente llegue a tal punto que cree invencible,
insuperable, todo este caos que ven personificado en el presidente Juan
Orlando Hernández.
En
Honduras, es la desprestigiada OEA la que aportó una Misión de Apoyo
Contra la Corrupción y la Impunidad, al estilo de la CICIG guatemalteca,
en una tendencia clara a intervenir estos países. Ahora ya vemos
intentos claros de agresión en El Salvador mediante una CICIES, y hay
atisbos de una posible campaña de desestabilización contra Nicaragua en
un año electoral. Todos estos elementos están conectados.
En
el caso de Honduras, el papel de los medios causa consternación; ha
llegado a tal extremo que los Estados Unidos pueden hacer aquí lo que
quieran, a partir de escenarios que ellos mismo están creando. Juan
Orlando Hernández es su punta de lanza, pero el país lo gobiernan ellos
sin dificultades: la política económica la dirige el Fondo Monetario
Internacional, la política de seguridad es llevada adelante por el
Southcom, la NSA y la DEA, y la política exterior es dictada por el
departamento de estado. Nadie parece haber notado la monstruosidad
detrás de las declaraciones del Fiscal General que ha confesado tener un
acuerdo con Estados Unidos para no perseguir casos de individuos que
serán extraditados a aquel país.
Como
hemos insistido muchas veces, el caso de Honduras es muy importante,
porque es el espejo de lo que quieren hacer con el resto de
Latinoamérica, comenzando por el Triángulo Norte, mientras nosotros
seguimos sin percibir la maldición detrás de la Iniciativa para la
Prosperidad diseñada por los gringos para Guatemala, El Salvador y
Honduras.
El
papel de los medios de comunicación en la destrucción de nuestras
naciones es evidente, y el futuro que nos ha trazado el sistema
posiblemente apunte a que dejemos de existir como estados antes de fines
del siglo. La facilidad con que maniobran en la individualidad y lo que
esto significa a nivel colectivo, no puede dejarnos dudas que debemos
cambiar mucho nuestras estrategias de lucha, que implica necesariamente
la construcción de un sistema alternativo de transmisión de ideas, y
quizá no tengamos que hacer mucho por inventar, ya se ha hecho antes.
http://criterio.hn/rol-esclavizador-medios-comunicacion-centroamerica/
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