martes, 19 de mayo de 2015

Honduras: ¡Mándelo a matar! o el amor entre periodistas

Artículo | EL LIBERTADOR
El que ordenó matar a Galdámez se llama Oscar Calona y está recibiendo un galardón como cronista parlamentario. Esos premios son la más cabal demostración de la forma en que el Estado opresor reparte prebendas en ciertos medios y sólo para ciertos periodistas que con gran entusiasmo cobran servicios y colaboran en la domesticación de las y los hondureños.
 La búsqueda y conocimiento de la verdad tiene complicaciones, no sólo técnicas, sobre todo dificultades humanas y en el periodismo hay ser más modesto, mejor dicho, más honesto, y utilizar la noción de veracidad. Se puede ser más veraz o mentiroso y esto sí es propio de la conducta y del comportamiento individual, no es un asunto del dominio que se tenga de la técnica, de la ciencia o de los códigos jurídicos. Es una opción humana que hace posible que al periodista no se le exija ser objetivo, exacto o verídico.
Por: Gustavo Zelaya

El congreso nacional de Mauricio Oliva, el gran parlamentario por extraordinarios aportes a la teoría de la legislación al acuñar expresiones dignas de grandes oradores, por ejemplo, “Juan Orlando es el papá de los pollitos” o hace pocos días, en medio de una marejada azul financiada con dineros bien habidos dijo “a nosotros nadie nos va a azorrar”; frases que el mejor ministro de educación existente en el continente americano debe grabar en la entrada de los centros escolares hondureños; acaba de repartir premios entre decentes comunicadores, ha convenido premiar a uno encargado de cubrir la beligerante y muy racional sede legislativa, al sujeto que endulzó el oído de Adolfo Facusse con el humanitario consejo de “mándelo a matar”. Casi ordenando la muerte de su colega Luís Galdámez.
 Tal vez no fue una expresión ocasional entre agremiados de una profesión en donde lo normal es desacreditar al otro, entre ellos no es extraño opinar sobre el trabajo y la ética del periodista con formas muy refinadas: si se preguntan que creen de sus cófrades van a decir que son tapudos, meruseros, violadores, lambiscones, topos, vendidos, extorsionadores; desacreditando sin importar familias. Así, no van hablar de la responsabilidad ni de respeto a la vida ni a la muerte. Será muy raro que cuestionen la corrupción y los índices de impunidad en el país de la vida mejor. Según el CONADEH hay más de 90% de impunidad.
Parece que en ese gremio han desarrollado la capacidad de no hablar de lo fundamental como es el asalto al IHSS o del manejo del tasón de seguridad, pero se esmeran en señalar de corruptos a otros y a nadie en particular y no saber nada de la veracidad en la información. Ni por decoro mencionan las condiciones de explotación en que el país ha vivido, tampoco cuestionan el rol que desempeña John Kerry al frente del gobierno de Honduras.

El que ordenó matar a Galdámez se llama Oscar Calona y está recibiendo un galardón como cronista parlamentario. Esos premios son la más cabal demostración de la forma en que el Estado opresor reparte prebendas en ciertos medios y sólo para ciertos periodistas que con gran entusiasmo cobran servicios y colaboran en la domesticación de las y los hondureños. Irrespetuosos de las fuentes, pautan propaganda con los poderosos y se ofrecen al mejor postor con el objetivo de enriquecerse rápidamente.

En ellos hay notables y honrosas excepciones, ojala fueran mayoría, pero relegados de las salas de redacción y de las producciones importantes en el periodismo. Entiéndase que aquí trabajan hombres y mujeres revestidos de integridad en algunos casos, moviéndose en un ambiente complicado, lleno de peligros, seducidos por el dinero, rodeados de tentaciones y que tratan de llevar su vida de la mejor forma posible. Otros, no sólo sucumben frente al halago desmedido y a la riqueza sino que están seguros de lo que hacen y dispuestos a extorsionar y entregarse al mejor postor.

Pero ¿qué ha ocurrido con la formación académica de estos profesionales? ¿Qué ha provocado tal situación? ¿Sirve de algo estudiar códigos éticos en esa profesión? Al parecer esos temas son una formalidad presente en los planes de estudio y sin relación con la práctica efectiva del periodismo. Además, sería muy ingenuo pretender cuestionar esa actividad sin considerar que están inmersos en la cotidianidad de un sistema social que corrompe a diario.

Es aquí, entonces, en donde se ha implantado un subsistema educativo que domestica y adiestra para competir contra otros en un mercado laboral, en donde todo tiene precio y es desechable. En todos los niveles educativos el graduado es un producto receptor de insumos, ahora dicen competencias, y forma parte de una cadena de producción que genera recursos humanos, del que se espera rinda beneficios y logre éxitos materiales; de hacerlo tendrá prestigio profesional.

Así es la concepción educativa del Estado y de todos los que están al frente de cada nivel formativo. Así son los términos y las categorías empleados por la autoridad “pedagógica” cuando se refiere a contenidos, objetivos, programas de asignatura, planes de estudio, adaptando la jerga de la oficina y la fábrica al “acto educativo” y a la administración del mismo. Eso no es nuevo. Siempre ha sido el instrumento formador del Estado y por ello siguen afinando la educación como instrumento de un sistema económico que hace de todo una cosa que puede ser intercambiada por otra, y que valora sus componentes a partir de razonamientos mercantiles de costos y beneficios.

Esto puede ser importante al momento de querer cuestionar la conducta y las actuaciones de los periodistas; y no sólo de ellos, también de los que formamos partes de los distintos componentes de la organización social.
Además, hay otro aspecto de mucho significado en este asunto y que, de hecho, es visto como algo marginal y estorboso en los programas educativos, aunque por razones de imagen pública algunos dicen que es fundamental en el ejercicio del periodismo. Son los códigos de la profesión. Los hechos muestran que la formación ética y el tema de las normas morales han sido estimados como una traba en el currículo y que puede ser enseñado por cualquiera que tenga buenas intenciones sobre el tema. No es eje fundamental en la forja del profesional ni es tratado con la seriedad científica con que se habla de la matemática o de la física cuántica. Es claro que los temas éticos y morales en periodismo son mucho más complejos y sus consecuencias impactan a nivel individual y colectivo. Por eso es que ponen mayor atención en cuestiones técnicas y en asuntos prácticos de la profesión para no asumir tantos compromisos morales. Sobre esto hay diversas posturas teóricas pero, en general, cuando se habla de una moral profesional se hace referencia un sistema de normas que un grupo establece para ejercer en su provecho particular y social. Tal sistema regula su trabajo en el arte, ciencia u oficio que eligió y que ejerce.

Se supone que se establecen compromisos y se toman posiciones individuales y frente a la sociedad; esto requiere cierta capacidad para ejecutar el oficio y actitudes personales conscientes frente a los problemas entre el individualismo y el desinterés por el bien común, entre el mercantilismo, los aspectos humanitarios de la profesión y el desprendimiento. Se trata de ser responsable y definirse frente a algo que parece muy cursi: el amor a la profesión. En el lenguaje de los periodistas se habla mucho de la importancia de apegarse a los hechos y trasmitir la verdad. Pero es muy extraño que definan que es eso de la verdad o que mencionen que la línea editorial la determina el dueño del medio y que éste impone criterios. Esa noción que repiten hasta el cansancio, eso de objetividad en la información se vuelve muy cuestionable ya que los hechos que describen y comentan se hacen desde posturas subjetivas.

La experiencia reciente tiene suficientes pruebas de cómo es la objetividad del periodismo nacional. Vimos cómo interpretaron el golpe de Estado y cómo lo están haciendo con el asalto al Instituto Hondureño de Seguridad Social. La parcialidad en las opiniones es lo que más se nota. Y no sólo entre los periodistas, también en personas supuestamente mejor formadas e informadas. Parece que llegar a la verdad se mantiene en puros ideales y la aproximación a ella es demasiada parcial, muy subjetiva, prejuiciada, a veces arbitraria. Un ejemplo inmediato puede verse en el caso de la denuncia de David Romero acerca de la corrupción, obscena, perversa, condenable, del Seguro Social.

De por medio están las amenazas contra la libertad de expresión y contra la vida del comunicador. Esto es lo fundamental. Aunque sea sujeto de desconfianza para ciertas personas, de condenas por actos juzgados, formalmente pagados y que pueden considerarse como imperdonables, aunque no se esté de acuerdo con su estilo de hacer periodismo y se le tilde de vulgar e inculto y que otros crean lo contrario; la situación no debe provocar dudas: es importante, necesario, urgente, reconocer la valiente denuncia, proteger la libertad de expresión y el respeto incondicional a la vida humana. Y en esta ocasión eso se expresa en David Romero.

Esas amenazas deben ser denunciadas por todas las organizaciones defensoras de los derechos humanos y por los grupos políticos que enarbolan planteamientos democráticos. Eso no debe ser discutido.
La búsqueda y conocimiento de la verdad tiene complicaciones, no sólo técnicas, sobre todo dificultades humanas y en el periodismo hay ser más modesto, mejor dicho, más honesto, y utilizar la noción de veracidad. Se puede ser más veraz o mentiroso y esto sí es propio de la conducta y del comportamiento individual, no es un asunto del dominio que se tenga de la técnica, de la ciencia o de los códigos jurídicos. Es una opción humana que hace posible que al periodista no se le exija ser objetivo, exacto o verídico. Pero se puede esperar veracidad o decir mentiras en esa profesión. El término de veracidad informativa puede contribuir a superar determinadas prácticas vinculadas con el retardo, ocultamiento y distorsión de la información; con la parcialidad y el falso moralismo en los artículos de fondo; con los refritos que provoca el “monitoreo” de otros medios y con la información mercantilizada dirigida a la opinión pública. Tal vez se espera demasiado de los periodistas y se crea que son los formadores de opinión pública sin tener la suficiente capacidad técnica y ética. Tal vez no saben qué tipo de problemas están en juego y no sean conscientes de la responsabilidad de su trabajo.

Lo que parece evidente es que el código de ética en el periodismo sólo tiene significado cuando se enmarca elegantemente y se cuelga en las paredes de las salas de redacción. Sólo así es importante, como parte del decorado y sin aplicación práctica en la profesión. Los abogados saben mucho cómo se engalanan paredes con finos marcos y los lujosos empastados de sus libros, sólo para el diseño del interior.. Si acaso existen los códigos tendrían que regular el ejercicio de la profesión y basarlo en la veracidad y la responsabilidad; debe servir para afrontar el conflicto principal del profesional de la comunicación: cómo defender el derecho a la libertad de información y el derecho a la intimidad de las personas. La única forma de enfrentar esas dificultades es con ayuda de principios éticos, de principios morales, con un arsenal de valores y no con el modo con que aconsejó Oscar Calona, el premiado por Mauricio Oliva. Ni con la censura aconsejada por las autoridades del gremio y por los propietarios de medios que hablan de autorregulación, de mesura, prudencia y cautela en la información.

Se podrá creer que de existir algún código único en la profesión y apegarse a lo que dicen las normas será suficiente. Pero de ser cierto la actividad del periodista será un repetido ejercicio de simulación. Se podrá creer también que se requieren actitudes humanistas y normas que posibiliten más libertad y compromisos a los periodistas frente a los retos de la democracia.

Tal vez mejoren las condiciones de los comunicadores, pero resulta complicado en las circunstancias nacionales en donde existe un sistema social represivo, explotador, entreguista, irrespetuoso, permeado por el narcotráfico, que nos marca de alguna forma a todos. Cuando se descubren prácticas viciadas y simulaciones y personas que aspiran a laborar con responsabilidad, respeto y apegados a normas éticas, tendrán que ser conscientes que van a ser hostigados y tentados por el poder político. Deberán darse cuenta que no es un juego de castidad y de pretender ser intachables en su rol como comunicadores, al menos pueden intentar desempeñar un papel decente a favor del desarrollo democrático y de generar relaciones afectuosas, cálidas, respetuosas entre las personas. De eso hay posibilidad aunque no sepamos si siempre se puede desplegar ese rol honesto en la práctica de la profesión.

18 de mayo de 2015

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