Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info) domingo, 1 de febrero de 2015
Las migraciones han existido siempre en la historia. Podría decirse que
si algo caracteriza a la especie humana es su afán de búsqueda, de
descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el planeta. En ese
sentido, las migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde hace ya
unas décadas, la arquitectura de la sociedad planetaria globalizada
encuentra en las migraciones un problema cada vez más grave. Millones y
millones de personas huyen desesperadas de la pobreza y/o la guerra,
para intentar llegar a las islas de prosperidad. En la actualidad, la
situación se tornó casi inmanejable. Pero hay una doble moral en el
discurso dominante proveniente del Norte: pone frenos a la emigración, y
al mismo tiempo se aprovecha de ella como mano de obra barata. Una
visión romántica que busque un perfil más “humanizado” en los receptores
no ayuda a cambiar las cosas. El núcleo pasa por cambiar la estructura
que expulsa cada vez más gente.
Las migraciones humanas son un fenómeno tan viejo como la humanidad
misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas más consistentes, se
estima que el ser humano hizo su aparición en un punto determinado del
planeta y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el hombre
es el único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los
rincones del mundo.
Las migraciones no constituyen una novedad en la historia. Siempre las
ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del
desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con
una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí
queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién? Y,
secundariamente, en tanto problema a resolver, esbozar alternativas
posibles.
Las aristas del fenómeno
La gente ha migrado históricamente de un sitio a otro: forzada por las
circunstancias algunas veces, y voluntariamente otras. En estos últimos
casos, la población migrante buscó nuevos horizontes simplemente movida
por el humano afán de conocer cosas nuevas, del descubrimiento, de la
aventura.
Las emigraciones forzosas se han debido a diversas causas, pero en
general puede afirmarse que aparecen ligadas a contingencias naturales:
catástrofes, hambrunas, empeoramiento en las condiciones de
habitabilidad de una región.
Sólo recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de
proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de
orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero
más aún: pobreza. Sólo en la segunda mitad del siglo XX puede decirse
que empieza a constituirse en un verdadero problema, perdiendo
definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva.
Si bien es cierto que el movimiento voluntario de población sigue
existiendo (pequeño, ocasional), y que no faltará ya hoy día quien esté
pensando instalarse próximamente en alguna base terrícola en algún punto
del cosmos, las características de aquello a lo que actualmente
asistimos llaman a la reflexión.
Una concepción realmente amplia del desarrollo humano, que no ligue el
bienestar exclusivamente a la adquisición de objetos materiales, y que
contemple como algo igualmente medular el respeto de las libertades
individuales y el cuidado del ambiente, debe interrogarse acerca de
fenómenos tan masivos y contundentes que irrumpen en lo social,
rompiendo el equilibrio general, tales como la narcoactividad
(actualmente uno de los principales negocios en la economía mundial), la
violencia generalizada (la producción y venta de armamentos constituye
el primero), la amenaza nuclear, el desastre ecológico, la actual
pandemia del SIDA. Entre estos fenómenos se inscribe necesariamente el
de las migraciones actuales, masivas y sin freno.
Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero,
paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La
riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para
muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su
marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.
La dinámica social en curso, curiosamente, aunque se amplíe en
potencialidades productivas, en tecnologías más efectivas, en
racionalidad, no termina de resolver problemas ancestrales de la
humanidad en cuanto a mejoramiento de las condiciones de vida, sino que
por el contrario para una gran mayoría las empeora.
La llamada “era industrial” provocó las oleadas de migración voluntaria
más grandes que hasta entonces se habían producido. La búsqueda de
prosperidad que empezó a ofrecer el capitalismo en su proceso de
crecimiento, movió enormes contingentes de población rápidamente. Algo
similar sucedió recientemente en la República Popular China, llevando
inmensas masas campesinas hacia los centros industriales.
Países enteros comenzaron a nutrirse de los inmigrantes y algunos
construyeron su grandeza sobre esa base: quizás los Estados Unidos de
América son el ejemplo más elocuente. Continentes enteros se modificaron
merced a esos movimientos de población. Expandido el industrialismo y
la sociedad de alto consumo material por prácticamente todo el orbe,
desde la segunda mitad del siglo XX fueron alternativamente apareciendo
nuevos focos de prosperidad que, a su turno, atrajeron migrantes: Canadá
Australia, Nueva Zelanda, zonas francas dentro de países, como Manaos
en Brasil o Hong Kong en China.
La industrialización de las sociedades, y por tanto el crecimiento de la
ciudad en detrimento del campo, tiene en curso un proceso migratorio en
todo el mundo que no da miras de detenerse. Estas migraciones, que de
alguna manera fueron el insumo que necesitó la industria para expandirse
en un primer momento, no dejan de ser un problema social creciente, por
cuanto el número de personas reubicadas en las ciudades supera
grandemente las posibilidades de asimilación de nuevos habitantes que
ellas tienen. Un proceso de algún modo similar se da en el movimiento
Sur-Norte, desde países pobres hacia la metrópoli desarrollada.
Las oleadas de tercermundistas indocumentados se muestran imparables y
quizás ésta, más que ningún otro tipo de migración, es la que alarma al
status quo central. En todos estos casos, vemos que hay un interés del
migrante por desplazarse desde una situación comparativamente más
desventajosa (material, social, culturalmente) hacia una más
beneficiosa.
Las guerras, quizás las peores catástrofes no naturales, han sido desde
siempre un factor determinante de migraciones. Pero las llamadas
“guerras de baja intensidad” de las últimas décadas, incluidas aquellas
desarrolladas en el marco de la Guerra Fría (la Tercera Guerra Mundial
para algunos), entre las que se cuentan toda suerte de persecuciones por
cualquier disensión, han dejado un saldo de migrantes forzosos como
nunca antes se había contabilizado. Seguramente contribuye a estos
movimientos cada vez más masivos de población, la proliferación de
comunicaciones más desarrolladas en todo el mundo, que achican
distancias, globalizando y homogeneizando posibilidades y alternativas.
Podría aventurarse la idea de que los conflictos armados y las
persecuciones provocan tantas migraciones porque, a partir de la
explosión demográfica del último siglo (por ahora siempre en aumento),
cada vez hay cantidades más inconmensurables de gente en el planeta, y
más aún en las zonas donde generalmente tienen lugar esos hechos
violentos.
Por tanto, una reubicación de un grupo poblacional que hace algunos
siglos atrás hubiera pasado inadvertida o no hubiera tenido un impacto
relevante, hoy día alcanza a veces ribetes trágicos. Más aún si se da,
como de hecho ocurre, en las áreas más pobres y marginadas del mundo,
menos preparadas por tanto para hacer frente a situaciones tan adversas.
La Segunda Guerra Mundial, más allá del desastre que en sí misma
representó para quienes la sufrieron directamente en Europa, no provocó
un éxodo irrefrenable de población hacia nuevos horizontes. Pero todo
conflicto armado acaecido en el Tercer Mundo tiene como consecuencia
inmediata, además de la pérdida de vidas y de bienes materiales,
movimientos poblacionales donde se huye de situaciones generalmente
irreversibles en el corto y mediano plazos, en las que se combinan el
desastre de la guerra con la precariedad heredada desde siempre.
Tales movimientos, si bien son una forma de preservar la vida en lo
inmediato, producen posteriormente problemas de reasentamiento
definitivamente insolubles, por lo que conflictúan aún más las ya
sufridas sociedades donde tienen lugar. En estas migraciones,
prácticamente forzosas, se huye por una imperiosa necesidad de
sobrevivencia.
Las cifras globales indican, elocuentemente, que las migraciones, ya sea
por interés, ya por necesidad, aumentan; y no sólo en valores absolutos
(cada vez hay más población en el mundo) sino también en términos
relativos, lo cual es un indicador de que algo especial sucede.
¿Por qué emigra cada vez más gente?
Es claro que, dada la actual cantidad de humanos sobre el planeta,
cualquier fenómeno masivo debe contabilizarse en términos monumentales.
Pero esto no alcanza para explicar el por qué de la masividad de las
migraciones. Pareciera que, crecientemente, hay más interés al igual que
más necesidad de emigrar. Pero, observando más detenidamente el
fenómeno, vemos que el interés (nos referimos al migrante voluntario,
que fundamentalmente es migrante económico) se reduce también a
necesidad.
La gente huye de la miseria: del área rural a la ciudad, de los países
pobres a la prosperidad del Norte, al igual que huye de las guerras, de
las persecuciones políticas, de las cacerías humanas, cualquiera sea su
naturaleza. Ahora bien, si el número de huidos aumenta (ya sea en forma
de desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes de barrios
marginales en las ciudades o de inmigrantes ilegales en las sociedades
más ricas) esto está indicando que las condiciones de vida, de donde
proviene tanta gente, expulsan en vez de permitir un armónico
desarrollo.
Con la globalización en curso, a la que actualmente todos asistimos, es
posible pensar que las fronteras del Estado-nación moderno puedan tender
a debilitarse y que los desplazamientos de población para fines de
crecimiento personal (económico, cultural) entre un punto y otro del
orbe sean paulatinamente más comunes.
Pero esto no deja de ser un movimiento que no altera la estructura misma
del edificio social: los negocios son y serán cada vez más marcadamente
transnacionales, al igual que la cultura, las modas, los hábitos
cotidianos, las distintas formas de poder y las políticas de control. No
es impensable que, dentro de algún tiempo, grandes áreas del mundo sean
la casa común para millones de habitantes (Europa, por ejemplo, apuesta
a ese proyecto). Pero los desplazamientos humanos que allí tengan lugar
no podrían ser considerados migraciones (un pasaporte común, un destino
común; las migraciones no son eso).
¿Qué tienen de especial las migraciones masivas a las que nos referimos?
En el hecho migratorio deben considerarse tres elementos: el migrante,
el lugar de donde emigra y aquel a donde llega. Cada uno de estos polos
tiene su especificidad propia. Cada tipo de migrante (el latinoamericano
que se va “mojado” a Estados Unidos, o el sobreviviente de un terremoto
que es reubicado por sus autoridades gubernamentales en una nueva
región del país, o aquel que alcanza a cruzar la frontera para escapar a
un régimen dictatorial sangriento, etc.) tiene una historia personal y
colectiva que le hace sobrellevar esa transformación en su vida, con
mayor o menor suerte.
De hecho, cualquier gran cambio existencial provoca una conmoción
subjetiva que cada quien sobrellevará como mejor pueda, no faltando
ocasiones en que algunos no podrán procesar todo lo nuevo, reaccionando
con distintos tipos de descompensaciones (sintomatología psicológica,
desadaptación a las nuevas condiciones, duelo perpetuo por lo perdido).
Este es un nivel del problema: el problema concreto para cada migrante.
Por otro lado, y siempre funcionando como un problema, se encuentra el
medio que fuerza la emigración: algo irrumpe o actúa como distorsionador
en la vida normal provocando las condiciones para abandonar, temporal o
definitivamente, el lugar de origen. Pueden ser catástrofes naturales,
guerras, pobreza, etc., pero para quien lo padece, ello tiene en todos
los casos el valor de problema insoluble, cuya única alternativa es la
evitación.
Finalmente, también es un problema el proceso de llegada del emigrante a
su nuevo destino, no sólo para él (¿cómo se adaptará, cómo soportará la
pérdida?) sino también para el entorno en el que se reinstala. A veces
el nuevo medio acoge solidariamente, pero muchas otras no, creándose
tensiones entre recién llegado y nativo. El proceso de reubicación no
deja de ser un enorme problema, y en ocasiones más complejo que los
otros.
Lo distintivo en las migraciones actualmente, además de su tamaño, es el
hecho de constituirse como problema para todos los factores que hacen
parte de ellas, en virtud de su desorganización, de su desorden, de la
pérdida de su condición constructiva. Hace tiempo que las migraciones
dejaron de ser un motor beneficioso para las sociedades. Por el
contrario, en un mundo en el que, agigantadamente, en vez de resolverse
problemas cruciales, se entroniza la tendencia a dividir entre aquellos
que “se salvan” y los que “sobran”, las migraciones (como recurso
desesperado de muchísimos) son un calvario que, globalmente
consideradas, no salvan a nadie sino que empeoran las condiciones de
todos.
Migraciones: un problema a resolver
En las actuales migraciones, entre las que destacan por sobre todo
aquellas derivadas de la pobreza, hay varios niveles de problema. Hoy,
dadas las características del fenómeno, nadie se beneficia de esos
movimientos sino que, por el contrario, se crean problemas comunes
exclusivamente. Quizás sólo el migrante, en tanto escapa de una
situación muy desfavorable, se beneficia en parte, sin contar con todos
los problemas que le trae aparejado un cambio brusco de vida y el
abandono de su lugar.
Pero en definitiva, la experiencia lo enseña, la gran mayoría de
población movilizada termina integrándose a sus nuevas condiciones, más
allá de la amargura de la añoranza. Lo que está claro es que el fenómeno
migratorio en su conjunto (quizás podríamos atrevernos a decir que no
sólo por lo desorganizado, sino también por lo “escandaloso” que ha
pasado a ser) está denunciando una falla estructural del sistema social
que lo produce. Las grandes capitales del Tercer Mundo reciben en
conjunto diariamente alrededor de mil personas que migran desde el área
rural; y algunos miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los
países desarrollados. ¿Hay una solución para esto?
La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún tiempo
en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y
más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de
llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que
emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder
dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, que comienza a
ser invadida, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.
Si efectivamente consideramos que las migraciones en condiciones de
huida, tal como se van dando constantemente, son un problema (social,
humano, ético, económico o como lo queramos considerar), se impone hacer
algo al respecto. De hecho, hay varias respuestas en curso; de acuerdo
al nivel del problema enfocado habría al menos tres posibilidades: a)
trabajar con el emigrante; b) accionar sobre el punto de donde sale; y
c) intervenir en el punto de llegada.
Quizás lo más sencillo, pero no por ello lo más efectivo, es actuar en
el lugar de llegada de las corrientes migratorias, simplemente cerrando
fronteras para impedirlas. Esto, si bien se hace (y con alarma hay que
denunciar que es una tendencia creciente en vastos sectores de los
países ricos, llegándose a extremos cavernícolas de xenofobia en algunos
casos) no es una respuesta al problema sino, simplemente, una forma de
sacárselo de encima. Pedir que no lleguen más inmigrantes a un país es,
exclusivamente, preservar la situación de ese país despreocupándose del
problema de otros.
Otra posibilidad, y de hecho la más desarrollada, es trabajar
directamente con la población migrante, tanto en el proceso de
instalación en su nueva morada como en el eventual regreso hacia su
lugar de origen. En general, aquí es donde se concentran todos los
esfuerzos de las diversas agencias, gobiernos e instituciones varias que
se dedican al fenómeno. Ayuda humanitaria para los traslados,
acompañamiento, facilidades en los desplazamientos, asesoría y apoyo en
los nuevos asentamientos, programas de desarrollo para los reinstalados,
son algunas de las variantes más usuales en los servicios prestados a
la población migrante.
Todo ello tendiendo a hacer del hecho migratorio algo digno y constructivo, pero sin entrar a cuestionar el por qué del mismo.
La tercera opción, tal vez la más difícil de encarar, es apuntar a ver
por qué se emigra y a solucionar en el sitio expulsor los problemas que
fuerzan a abandonar el terruño. Con esto habría que estar abordando
problemáticas tan complejas como la pobreza o la guerra. Seguramente sea
imposible impedir las migraciones (¿quién y cómo eliminará las causas
anteriores?); pero tal vez pueda ser útil ampliar el debate para
profundizar estas temáticas.
Pese a que las organizaciones dedicadas a atender migrantes no tengan,
en principio, respuesta efectiva a cuestiones tan complejas, es
necesario plantearse seriamente qué nos está diciendo este fenómeno. Si
tanta gente huye de su situación cotidiana, ello debe llamar a la
reflexión inmediata: ¿es tolerable un mundo que integra a algunos y
marginaliza a tantos? Las migraciones actuales ¿no nos están hablando de
poblaciones “excedentes” en el planeta? Y ¿qué mundo puede ser este
donde haya gente “de sobra”? Obviamente, los modelos de desarrollo en
juego hacen agua, por lo que hay que replantearlos.
Migraciones y migrantes: una mirada crítica
Las penurias que deben pasar los migrantes en su marcha hacia la
supuesta salvación son enormes, terribles. En estos últimos años de
crisis sistémica, esas penurias se acrecentaron. Y justamente por esa
crisis global del sistema capitalista, las condiciones de recepción de
migrantes en el Norte se ponen cada vez más duras, más denigrantes
incluso.
Hay ahí una doble moral en juego: por un lado se aprovecha la mano de
obra barata, casi regalada, que llega a los bolsones de desarrollo en el
Norte; y por otro, se le pone trabas cada vez mayores, alentándola a no
migrar.
Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de
los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el
endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del
Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente,
chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de
super explotación.
El antiguamente llamado “ejército de reserva industrial”, es decir: las
poblaciones desocupadas y siempre listas a trabajar por migajas, no ha
desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global, mundial. Se lo
declara problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a mantener bajos
los salarios.
No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una
verdadera pesadilla. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y
logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Canadá,
Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de
irregularidad, aumenta la pesadilla.
Ahora bien -y ahí está el sentido último de este escrito-, permítasenos
esta reflexión: suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en
relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse
que la vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es
cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países
para con la enorme masa de migrantes irregulares.
Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como preocuparse
por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor,
expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones
especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes
indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la
otra cara del problema: ¡la verdadera y principal cara! ¿Por qué hay
millones y millones de migrantes que escapan de sus países de origen,
forzados por la situación económica? La cuestión no es tanto pedir un
trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué deben
escapar.
En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante,
¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que
los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida los legalicen no
está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie
tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le
brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?
Del mismo modo que nadie debe discriminar ni castigar a un niño de la
calle (él es el síntoma visible de un proceso social mucho más complejo)
del mismo modo nadie debe excluir, segregar o maltratar a un migrante
en condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si alguien tiene que
salir huyendo de su sociedad natal porque ahí no puede sobrevivir, es
ahí donde hay que trabajar para cambiar esa injusta y deplorable
situación. Llorar por los efectos visibles puede ser muy bien
intencionado, pero poco efectivo para afrontar con posibilidades de
éxito las inequidades.
Todas estas preguntas, aparentemente alejadas en principio de respuestas
prácticas concretas, deben ser el fundamento de nuestras acciones en
torno al tema de las migraciones.
En definitiva, el debate teórico serio (creemos que imperioso) sobre
todo esto es lo que mejor puede encaminar las futuras intervenciones.
Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante judío: “no hay
nada más práctico que una buena teoría”.
Material aparecido originalmente en la Revista “Análisis de la Realidad
Nacional” del Instituto de Análisis de Problemas Naciones de la
Universidad de San Carlos de Guatemala -IPNUSAC- N° 66. Guatemala, 2015
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producción, clases y Estado en un mundo transnacional. Colombia:
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- Verea, M. (2006) “¿Hacia una reforma migratoria?” en Revista
Norteamérica. Volumen 1, No. 2 [Revista de la Universidad Nacional
Autónoma de México y del Centro de Investigaciones sobre América del
Norte]. México: UNAM.
http://www.argenpress.info/2015/02/migraciones-problema-para-quien.html
domingo, 1 de febrero de 2015
Migraciones: : ¿Problema para quién?
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