“Yo
tengo que venir de la escuela acompañada, o por la misma calle conocida
por cualquier cosa, por alguna violación que me pueda pasar o porque
pueden pedir dinero por mí”, así de contundentes fueron las
declaraciones de Nataly, un niña de apenas 12 años de edad que vive en
una colonia de la “gran San Pedro Sula”.
Así
describe la inseguridad y la violencia en que viven las niñas en las
diversas colonias, barrios y comunidades de Honduras. Nataly representa a
esas miles de pequeñas que no se sienten seguras ni en sus propios
hogares. Temen correr la suerte de muchas de sus amiguitas, primas o
compañeritas.
Las
niñas y las adolescentes siguen enfrentando discriminación, embarazo
precoz, matrimonios tempranos, violencia de género, explotación sexual,
trata y limitadas opciones educativas, tal como lo reveló en un reciente
informe la oficina regional de UNICEF, en el marco del día
internacional de la Niña.
En
países como Honduras, las niñas enfrentan el triple estigma: por ser
pobres, pequeñas y mujeres. Las infantes están expuestas a un sinnúmero
de violencias que van desde la precaria salud, educación y alimentación
en que viven, hasta las violaciones sexuales y abusos cometidos por sus
mismos familiares y conocidos, y para terminar de rematar su realidad,
todo ocurre bajo el amparo de un Estado cómplice que permite estas
violencias.
En
su análisis la organización no gubernamental Casa Alianza alerta del
peligro que significa ser niña en Honduras, ¿por qué tal aseveración? En
Honduras hay 3 millones de menores, de éstos un millón no va a la
escuela, 6 mil viven en la calle, cifras únicamente de las ciudades de
San Pedro Sula y Tegucigalpa, ocho mil se van de Honduras cada año, 4
mil retornan y del resto no se sabe nada.
Esta
realidad únicamente puede cambiar con verdaderas políticas y
estrategias que garanticen los derechos de las niñas. Que las pequeñas
tengan la oportunidad de crecer en hogares que las protejan, brindando
el cuidado, educación, salud, alimentación, recreación y la oportunidad
de desarrollarse dignamente.
Garantizar
las plenas felicidades de las niñas es una tarea de suma urgencia, de
lo contrario estamos fulminando el presente y condenando a nuestro
futuro.
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