viernes, 20 de enero de 2012

Las alianzas con el imperio terminan en derrota // La sociedad del miedo, el Estado y la academia del crimen‏


Fuente:  Los Necios - OPLN,1/19/12
Partido Liberal de Honduras: Capitulo Final
En un intento por retomar protagonismo en la política vernácula hondureña, el Partido Liberal ha comenzado el año 2012 haciendo despliegues mediáticos para posicionar su disputa interna como un acontecimiento en la vida nacional. Siendo uno de los pilares fundamentales del neoliberalismo en Honduras, y corresponsable de la indescriptible desigualdad que abruma a cerca de un 70% de las familias del país, su innegable papel protagónico en el derrocamiento del único gobierno que en 50 años pensó en la necesidad de hacer cambios para aliviar un poco la miseria, tiene un peso definitivo, especialmente cuando su presunto proceso renovador no hace otra cosa más que recurrir a las mismas caras.


Llama la atención como su último candidato a la presidencia, y cómplice silencioso del golpe militar contra la administración liberal de Manuel Zelaya Rosales, decide renunciar a un nuevo intento por la silla presidencial. El que en otro momento, no tan distante, tuviera opciones reales de continuar con el proceso iniciado en 2006, se muestra impotente y carente de talento en la aparición pública donde declina sus aspiraciones. Dice haber reconocido “miles de veces” que lo sucedido aquel fatídico junio, fue un golpe de Estado, pero que él no lo denunció “porque quería ser presidente”. El personaje con perfil mercadotécnico más relevante del Partido Liberal en la actualidad, cierra su carrera, en una demostración trágica de doblez que nos hace inferir que estamos frente a la escritura del último capítulo de la vida de esa institución política.


La mayoría de candidatos, especialmente los alineados con el golpe, han caído en cuenta que no tiene sentido seguir con la burda argumentación de la “sucesión constitucional”; y piensan que es oportuno reconocer, sin entrar en detalles, de un golpe de Estado, aunque no admiten el rompimiento del orden constitucional, y con ello la destrucción del estado de derecho. Como todos los partidos burgueses modernos, su dirección estratégica está dirigida a crear imágenes y no a hacer reflexiones políticas, por eso no se dan cuenta que, poco a poco, sus personeros en lugar de un acto constricción publica, están confesando tácitamente, al menos, su complicidad en la comisión de un crimen.


El caso del candidato ungido en Choluteca es también interesante; miembro del Opus Dei, de triste recordación para miles de hondureños (recordemos a la vice canciller de la dictadura de Micheletti, Marta Lorena Alvarado), de perfil político discreto, que prestó su cara para poder inscribir al retirado Elvin Santos Ordoñez, e íntimo colaborador del “tiranillo”, ha lanzado su candidatura presidencial hablando disparates sobre el liberalismo social[1], y tratando de descalificar lo que él llama “socialismo del siglo XXI”, asunto que seguramente desconoce. Su pretendida imagen de apertura a debatir ideas, no reemplaza fácilmente las acciones de su partido derrocando a un gobierno popular, al que no entendían, y entonces acusaban de populista, por estar entregando a los pobres algo que les pertenecía a ellos por derecho divino.


Otras candidaturas son previsibles, la tendencia histórica a la atomización de este partido sigue vigente, no así su base popular de sustentación. Algunas de ellas involucran gente que se opuso tímidamente al golpe de Estado, pero que supo convivir con la dictadura, y, sobre todo, no está dispuesta a dejar atrás los privilegios que les ha proporcionado su militancia centenaria (muchos de estos privilegios han sido pasados de una generación a otra, al más puro estilo feudal). Ninguna de ellas cuenta con simpatía desde la derecha, y son ampliamente rechazados por la resistencia surgida contra el cuartelazo. Además, su indefinición ideológica y política, hace temer a las mayorías que exigen una transformación inmediata, potenciales traiciones de gente que se mueve muy fácilmente en las esferas de la sumisión a las políticas gringas, pero que no sabe hacer mucho por las necesidades del pueblo.


Igual que en todas las esferas de la vida, el neoliberalismo crea mercancías que se venden mediante costosos procesos de mercadeo; lo mismo sucede dentro de los partidos tradicionales, lo que los deja huérfanos de planteamientos, de propuestas que suenen al menos coherentes para la población que esta ávida de dejar atrás esta larga noche de postergación, de la que los políticos sin patria son responsables, y que ha sido entronizada sin ninguna consideración al hecho de que todas las cosas cambian. El partido liberal, víctima no solo del intenso desgaste que le ha producido su sometimiento constante a los dictados de Washington, sino también de su falta de interpretación del camino que ha seguido, llega al punto sin retorno, en el que no se muere, pero queda relegado al papel de bufón del sistema, gritando de cuando en cuando, las consignas que le envíen desde la embajada americana.


La renuncia de Santos Ordoñez, pone de manifiesto la falta de convicción, de principios o de ideales; ese oportunismo que ellos prefieren llamar pragmatismo, factores que hoy permiten al pueblo hondureño asistir con esperanza al ocaso de este agente del atraso, de la miseria, de la sumisión, de la traición y del subdesarrollo. En cuanto a Villeda, es el segundo del ex presidente golpista[2] que intenta llegar a la presidencia del país, esta vez con la desventaja de estar marcado por la agenda política de una secta religiosa, y por su participación activa en el derrocamiento del último gobierno que el pueblo le daría al Partido Liberal de Honduras.


No cabe duda de que ninguno de estos políticos, que celebraban jubilosos el 28 de junio de 2009, no entendían, y quizá siguen sin entender, las consecuencias terminales que sus actos tendrían, para ellos mismos, y, sobre todo, para su propio partido.


Ricardo Salgado
19/enero/2012

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La sociedad del miedo, el Estado y la academia del crimen



Carlos Pineda

Sociólogo




18 de enero de 2012



El miedo, desde una perspectiva sociológica, es una construcción social. Es el producto de las relaciones sociales entre las personas. Es interno y se expresa como un sentimiento de temor; no obstante,  se desarrolla fundamentalmente a partir de la experiencia en nuestro entorno social. En la época que vivimos, el miedo social es el tipo más generalizado de todos los miedos. La violencia, una forma de relación social, ha construido una forma particular de sociedad: la sociedad del miedo.



Desde niños tenemos miedo y lo seguiremos desarrollando toda la vida. Lo enseñaron nuestros padres, personas cercanas y otras personas, en otros ámbitos de acuerdo a nuestras experiencias. El miedo se aprende con la práctica y con el discurso: “El diablo es malo”, “al niño que mienta se le crece la nariz”, “el niño que llora no es hombre”, “el Estado es poderoso”, “La policía es quien tiene las armas”, “el pecado nos lleva al infierno”, etc. La insistencia o repetición hizo que el miedo fuera parte de nuestras vidas. Con el refuerzo, también se aprende el miedo; esto es, acompañado de una sanción o castigo físico, moral o sicológico.



Con frecuencia cometemos el error de considerar el miedo únicamente como algo innato o producto de nuestra naturaleza humana. O como algo necesario para la sobrevivencia de los seres humanos. Ciertamente, en muchos casos obedece a factores sicológicos y a instintos primarios.



Por otro lado, los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión y la prensa amarillista, generalizan y aumentan el miedo. También, los mitos y las creencias, como verdades irrefutables, impactan en nuestros miedos. En algunos momentos, puede llegar a expresarse en forma de pánico, angustia, pavor, estrés y silencio. Una población con mucho miedo puede enfermar y puede perder ciertas facultades; además, le quita el hambre, trastorna sus hábitos y rompe las rutinas cotidianas.



El miedo se convirtió en un mecanismo de control social efectivo que utilizaron y siguen utilizando los distintos gobiernos, aunque no siempre con éxito. Generar temor es una de las funciones no explícitas del Estado. Los gobernantes usan la estrategia del miedo para mantenerse en el poder. Restringen y reprimen la movilización social, asesinan o secuestran y desaparecen a sus opositores; limitan la participación de las personas en los espacios democráticos, etc.



La violencia que vivimos los hondureños desde hace dos décadas (Gobierno neoliberal de Rafael Callejas), pero que se ha agudizado en los últimos diez años, ha generado mucho miedo. La violencia ha provocado dos situaciones. Por un lado, ha hecho parecer el miedo como inevitable, como producto de fuerzas externas y alejadas de la capacidad de respuesta policial. Y por otro, el miedo ha contribuido a ver la violencia como “natural”. La población se ha acostumbrado a ella, junto a un sentimiento de resignación.   



La inseguridad es generada por la violencia. Cuando el miedo aumenta es porque percibimos más violencia, por lo tanto, mayor inseguridad. En octubre de 2011, el Observatorio de la Violencia informó que Honduras tenía una tasa de homicidios de 82.1 por cada cien mil habitantes y estimó seguidamente que el año cerraría con una tasa de 86 homicidios. En 2010 fue de 77.5 homicidios por cada cien mil habitantes. La proyección para 2011 fue de 6,753 homicidios, lo que significa un aumento interanual de 514 homicidios. El promedio diario es de 18 homicidios y de 3 homicidios cada cuatro horas. En algunos países desarrollados una sola muerte genera un escándalo. En Honduras apenas nos inmutamos. Sin embargo, no quisiéramos ser víctimas. Es sí nos da miedo.



Recientemente, entidades públicas y los medios informaron sobre la participación de altos mandos y de mandos intermedios de la policía en diferentes actos delictivos, que van desde el secuestro, extorsión, robo de vehículos, sicariato y narcotráfico. Esto es una prueba de que los ciudadanos estamos indefensos ante la violencia generalizada.



En otro sentido, cuando esos oficiales de la policía fueron formados e instruidos por el mismo Estado para agredir, violentar los derechos fundamentales y generar miedo, comprueba que ese Estado, en su totalidad, no funciona bien, se ha distorsionado y, por lo tanto, merece cambiarlo.



Si una institución tan importante en la concepción del Estado liberal o republicano no cumple su función, es porque las demás no ejercieron el debido control. Significa, que esas otras instituciones tampoco funcionan. Al conjunto de ellas (incluyendo a la Policía), se le llama Estado.



En una perspectiva crítica y con una mirada más amplia puesta sobre las instituciones, tales como: el Congreso Nacional, las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Comisionado de Derechos Humanos (ombudsman o “defensor del pueblo”), entre otras instituciones, nos encontraremos con irregularidades, politización, corrupción, abuso, negligencia e irrespeto a las leyes.



¿Qué Estado tenemos los hondureños? Un estado represor, abusivo, clientelar, inoperante y corrupto. Y para muchas voces, estamos peligrosamente ante la presencia de un narcoestado. En este momento Honduras podría reunir los quince criterios que la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito establece para la existencia de un narcoestado. Si Puerto Rico, un Estado Asociado a los Estados Unidos, está en riesgo de convertirse en narcoestado, que decir de nuestro país (www.elnuevodía.com, 2011).



Por todo lo anterior, muchos tienen miedo. Esa estrategia ha funcionado. Pero no para siempre, ni para todos. Lo pudimos ver y sentir en los meses subsiguientes al Golpe de Estado de 2009. Desde aquellos momentos de gran manifestación y de represión, comenzó a surgir, a nacer o construirse en la población un sentimiento de valor y de fuerza. En niñas, niños, jóvenes y adultos se manifestó la preocupación de cómo superar la crisis y el miedo. La esperanza está en el horizonte, pero hay que luchar por ella. Si el miedo se construye, también se desaprende o desconstruye. “¿Quién dijo miedo?”.



Si la policía requiere una depuración profunda, reforma o la generación de una nueva, el Estado total también lo merece. Porque si no se hace esa transformación del Estado,  pasaran cinco años y tendremos no solamente mayor violencia, sino una situación de mayor crisis social y política que la que tenemos desde junio de 2009.



La Academia Nacional de Policía, es una institución que buscaba la formación teórico-práctica de los policías para velar y asegurar la integridad física de las personas y de sus bienes. Pero los hechos evidencian que se convirtió en la Academia del Crimen. La ANAPO formó policías desde hace mucho tiempo. Habría que investigar si las promociones de los oficiales involucrados en actos delictivos y criminales o la creación de la ANAPO tienen alguna relación directa con el inicio del incremento de la criminalidad en el País.  



El miedo estresante, la inseguridad y la violencia es culpa directa de la policía que no cumplió las funciones asignadas. Siendo la policía parte del Estado, entonces éste en un sentido más general es el responsable y debe resarcir el daño. Porfirio Lobo Sosa, como representante del Estado, lo menos que debe hacer es pedir perdón a todos los habitantes del país que han sufrido directa o indirectamente la violencia; es decir, a los más de ocho millones de hondureñas y hondureños. 



El Estado ha colapsado. Las instituciones no funcionan como debe ser porque están en crisis, la cual se extiende a todos los ámbitos sociales. Aunque la crisis fue llevada del Estado a la sociedad y no a la inversa, ahora la sociedad tiene la responsabilidad de resolverla.



Aquí pierde sentido aquella frase: “Cada nación tiene el gobierno que se merece” (Joseph de Maistre). No tiene sentido, por dos razones fundamentales: los ciudadanos que eligieron a sus autoridades lo hicieron porque creyeron en lo que aquellos dijeron cuando andaban en campaña o por la tradición política trasmitida de padres a hijos, que inspirada en hitos, momentos excepcionales o ideales, consideran a sus partidos y líderes políticos  como lo mejor. Sin embargo, los ciudadanos hondureños fuimos traicionados y llevados a la primera gran crisis política del siglo XXI. Por lo tanto, no nos merecemos el gobierno y el Estado que tenemos.



El Estado fracasado, al igual que el miedo y la Academia del crimen pueden ser superados. Al Estado, hay que reconstruirlo o refundarlo, tarea que puede estar en marcha; el miedo debe desaprenderse o desconstruirse, a través de una educación transformadora y proyectos participativos de prevención social de la violencia; y, la Academia del Crimen (ANAPO) ha de desaparecer para dar paso a una Escuela de Policía Comunitaria, que forme policías que respeten los derechos humanas y rinda cuentas a los ciudadanos y ciudadanas.



El miedo implica menos libertad. La libertad no es dada por la Ley o por la “naturaleza humana”; es un valor que pertenece a la cultura, que es producida socialmente. La libertad es el producto de liberarse, de romper con las ataduras, de rebelarse. Es tener la posibilidad de desarrollar la sociabilidad y las potencialidades humanas.



Las personas serán libres, si aprenden a desenvolverse con autonomía en todos los ámbitos sociales, creyendo que eso lo merecen por su condición humana. Para ello, debe haber un entorno seguro que brinde garantías para su existencia digna, humana. Garantizar la libertad es una necesidad imperiosa y una función del Estado, pero actualmente no es capaz de brindar.



Una educación liberadora puede contribuir a superar el miedo a hablar. A desarrollar la habilidad de opinar y pensar dialécticamente. Una educación en perspectiva histórica, dialógica, teórico-práctica, integral, que identifique lo contradictorio y lo alternativo. En síntesis, que permita pensar la realidad social en movimiento permanente, hacia momentos mejores como producto de la acción consciente y transformadora. Todo esto requiere un compromiso con el país y una actitud optimista y esperanzadora.



La sociedad aprenderá la lección de no confiar ciegamente en los políticos o autoridades y dejar que hagan lo que hicieron sin ningún control desde el Estado. La sociedad debe controlar al Estado (y no a la inversa). Cuando eso suceda, estaremos ante una nueva sociedad: democrática, participativa, deliberativa, vigilante, crítica y propositiva. Y ante un nuevo Estado: respetuoso de los derechos, abierto al diálogo, tolerante, transparente, equitativo y justo.  





Bibliografía.

www.elnuevodía.com. (12 de Diciembre de 2011). Un país bajo la bota del narcotráfico. Puerto Rico.

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